Unos sostenían que cuando se quiere escribir una historia
antes se debe tener todo bien pensando: personajes, situaciones, diálogos, trama
y longitud. Decían que no se debe dejar nada al azar, que todo debe estar
perfectamente pensado antes de sentarse delante del papel.
Otros, por el contrario, alegaban que esa postura es
demasiado rígida, que simplemente se debe tener una idea y desarrollarla, dejar
que la imaginación lleve al escritor.
Pues bien, ni una ni otra postura me parecen a mí las más
adecuadas. La virtud está en el punto intermedio en mi opinión. Creo que quien
desea escribir una historia debe tenerla en la cabeza, a sus personajes y sus
posibles derivaciones. Pero eso no quiere decir que se deba encorsetar todo
hasta convertirse el escritor en un Deus ex machina, al contrario. Debemos
dejar que los personajes se nos vayan un poco de las manos, que vivan, que
sientan, que le den un codazo a otro y se coloquen en el centro de la atención
mientras otros pasan a un segundo plano.
La otra postura, la de tener un simple esquema y dejar volar
la imaginación… creo que tampoco es buena porque entonces la narración se te
escapa de las manos y puedes encontrarte con que sabes de dónde partes, pero
nunca a donde llegas.
Resumiendo, pues, para crear hay que tener la historia en la
cabeza, sí, pero sin forzarla. Debe ser como un barco que zarpa de un puerto
para llegar a otro y, durante la travesía, ha de tocar una serie de boyas, pero
sin que eso signifique que ha de seguir un rumbo exacto.